viernes, 9 de agosto de 2013

¿QUÉ ES EL PENSAMIENTO?

CAPÍTULO 1: Cuatro y un misterio

En una ocasión, conocí a tres filósofos.

Dos de ellos, los más jóvenes y algo extrovertidos, afirmaban que entre los tres tenían la respuesta a cualquier pregunta que les formulasen, tardaran o no, darían con la solución a toda cuestión.

El tercero de ellos, una persona reservada y con una mirada cansada que denotaba la sabiduría propia de una sensible vejez avanzada, permanecía en silencio.

Me recordó a un anciano que conocí hace ya el suficientemente tiempo para que los rasgos (que se me antojan vetustos) de su rostro hayan desaparecido de mi memoria, en medio de la estabilidad borrosa propia de la niebla que acaricia árboles milenarios.

Me propuso el reto de encontrar la respuesta a la pregunta “¿Qué es el pensamiento?”. Yo, decidido, cada vez que me lo encontraba en medio de caminos que llenaban con su paso el contorno de la existencia misma, le contestaba con varias respuestas a su pregunta.
Él me miraba con una dulzura adornada en trazos burlones y comprensivos, sonreía y me respondía con una única pregunta: “¿Qué es el pensamiento?”. No decía nada más, todos los días, después de las respuestas que le proporcionaba, con la misma mirada, me volvía a preguntar “¿Qué  es el pensamiento?”, y seguía caminando.

Una tarde, refunfuñando por la única respuesta que producía mi respuesta, le miré frunciendo el ceño y le dije: “No lo sé, dígamelo usted”.
“Piensa” me respondió “Piensa, ¿qué es el pensamiento?”
“No lo sé, no consigo encontrarlo”
Me miró, una fina sonrisa se dibujó en su comisura y, antes de seguir su camino andando, me preguntó “¿Qué es el pensamiento?”.

Durante tres días de respuestas que producían la misma reacción, llegó el momento de la vuelta al hogar. No volví a verlo y tampoco pude despedirme.
Ni responderle.

He buscado la solución de este enigma durante mucho tiempo, mi curiosidad cada vez aumenta más y, al fin y al cabo, la curiosidad es algo (creo yo) inherente a la mente humana.

Así es que, dudándolo durante un corto periodo de tiempo (más corto de lo que me gustaría admitir, la verdad), me dispuse a proponer el misterio: “¿Qué es el pensamiento?”, pregunté.


CAPÍTULO 2: Un misterio.

Mi pregunta fue recibida con un silencio. Pude captar alguna que otra mirada de incredulidad, la verdad.
Después de algún instante, los tres filósofos (más bien dos, pues el tercero permaneció igual de invariable y sereno: discreto y cauto, sin proporcionar signos a dar a conocer cualquier opinión sobre algún tema) acordaron responderme al cabo de dos días, en el mismo lugar y a la misma hora de nuestro actual y azaroso encuentro.

El pensamiento.

¿Qué es el pensamiento?

A pesar de que he llegado a estar muy cansado de escuchar ese interrogante,  en estos momentos soy yo quien la pregunta muy a menudo: es irónico.

Irónica y aun sigo sin hallar una respuesta plausible, razonable y lógica. ¿Será la propia pregunta la respuesta que anhelo?

Sea como fuere, supongo que dentro de dos días, si aquellos filósofos son la mitad de lo que dicen ser, escucharé al fin el dictamen que juguetea escondiéndose de mi discernimiento.

En realidad, un misterio hace la vida algo más sugestiva, atrayente en lo que respecta a la curiosidad estricta.



CAPÍTULO 3: Respuestas.

Los primeros y jóvenes rayos de sol de la mañana ya acariciaban el ambiente cuando llegué al lugar de la reunión concertada. Estaba ansioso, después de buscar la respuesta a semejante enigma, el lograr hallarla era un acontecimiento emocionante.

En torno a veinte minutos después aparecieron los tres personajes; dos de ellos igual de extrovertidos y un tercero con el andar pausado y meditativo.

Los tres se sentaron donde me los había encontrado dos días antes y comenzaron las resoluciones:

El primero de ellos era el que parecía más científico y empirista y así fue su respuesta. "El pensamiento", dijo, "es una serie de procesos físicos y químicos en el cerebro que provocan unas reacciones".

Totalmente cierto, la verdad. ¿Esa era la respuesta o me iban a dar una cada uno, cada una igualmente verdadera que esta primera?

Miré al segundo y en efecto, estaba preparado para darme otra definición. A diferencia del primero, a este personaje lo veía algo más despreocupado, con una expresión de tranquilidad. Después de una corta mirada me habló: "El pensamiento", empezó, "es la capacidad del ser humano en razonar, encontrar respuestas y preguntas lógicas que formular, recordar hechos pasados, mantener hechos presentes e imaginar futuros y posibilidades. Crear variaciones y elaborar creencias, sean falsas o ciertas".

Indiscutible era esta definición. Ambas lo eran

Para finalizar, miré al más anciano de ellos. Éste, con su mirada cansada hizo lo mismo y comenzó a hablar: "Vaya, parece que ahora es mi turno, aunque ahora me es complicado dar una respuesta", su voz era grave y pausada, pero envolvía la situación con sus potentes cadencias. "Después de estas dos explicaciones que mis queridos amigos te han dado, solo me queda responderte con una única frase".

Los tres personajes se levantaron y se dispusieron a abandonar el lugar. Yo, petrificado y al ver que empezaban a alejarse reaccioné: "¡Disculpe, señor! Aun no me ha respondido"

El anciano, antes de seguir su camino con sus dos acompañantes, se giró, me miró, sonrió y pronunció: "¿Qué es el pensamiento?".

sábado, 10 de marzo de 2012

EFIGIE

Y aquí, de nuevo, otro relato que he terminado hace poco. Que la lectura sea propicia.



EFIGIE


Me lo habían comentado hace ya algún tiempo, pero nunca imaginé que existiera la veracidad de la que tanto hablaban los ególatras.

Tampoco pensé en buscarlo, pues la búsqueda de algo inexistente tiene el mismo resultado: la inexistencia. Llamadme incrédulo, si lo deseáis.

Pero, después de esos años de “incredulidad” (sí, entre comillas lo escribo: no creo que fuese incrédulo, solo poco informado), la idea me había asaltado. La idea de la búsqueda.

Y es descabellado luchar contra la fuerza de una idea, más aún cuando, instalada imperturbable en tu mente, lucha por el dominio de los deseos.

Finalmente me dispuse a ello: buscar.

Buscar aquello de lo que me habían hablado tiempo atrás.

Buscar aquello cuya existencia había desechado.

Buscar aquello que (bueno, tampoco recuerdo exactamente quién fue la persona que me habló por vez primera de esta búsqueda, ni siquiera la que me la recordó esta última vez).

Comencé por algo grande, al fin y al cabo, buscaba una cosa que quizás también lo fuese.

De este modo empecé en otro país, tenía entendido que (no me preguntéis por qué) para elementos importantes e imponentes, cualidades que protagonizaban el físico del objetivo de mi búsqueda (o eso es lo que quería pensar, apunto) lugares igualmente grandiosos y lejanos (claro está, “lejanos” que nunca falte).

Fue inolvidable alargar mi perspectiva, situarla poco a poco en lugares nuevos, consiguiendo de este modo pulirlos dentro de mis remembranzas formando un pasado que ya poco me define.

Pues es la carga que viene inherente a nuestro pasado, una vez ensillado el caballo del tiempo, se aleja cabalgando en las praderas de nuestros recuerdos. Alude a que lo único nuestro, lo único que verdaderamente poseemos, es nuestro propio presente.

Un presente que deja de serlo en cada instante.

La decepción inundó mi discernimiento cuando, a pesar de mis viajes y excursiones en algunos de los lugares más extraordinarios del mundo, no encontré lo que buscaba.

Es curioso cómo el simple incumplimiento de un deseo que nos definía una meta puede causar tanto malestar.

De este modo somos los seres humanos: tendemos a aferrarnos a unos pilares que levantamos sobre una base inestable, pensando que con la simple creencia de la fuerza de esta estructura, la fragilidad que la caracteriza desaparecerá.

Absurdo.

Después de todo ello, decidí continuar mis viajes en lugares más cercanos y no tan grandiosos (algo un tanto criticable, pues había infinidad de lugares “grandiosos y lejanos” a los que no había ido, dicho esto, os ruego no me preguntéis de nuevo el porqué de esta elección).

Así continué, con la esperanza a rebosar (nublándome el camino de la realidad, debo añadir).

Convencido, me dirigí hacia unas montañas cercanas a mi hogar, habían llegado a mis oídos rumores de buscadores que allí pasaban sus largas horas de desconsuelo.

Recorriendo los bosques de las laderas, disfrutando de un ambiente otoñal soleado, buscando algo que se escabullía entres los pilares de mi (frágil) estructura.

Durante un instante, olvidándome de todo lo que a ese lugar me ataba, sentado en una roca rodeado de ancianas encinas de las que se separaban pequeñas hojas que el viento depositaba lentamente sobre el húmedo suelo, me detuve un instante a contemplar con todo su esplendor un día que, recostado sobre los últimos rayos de un sol ya casi desvanecido, se alejaba arrastrado por las fuertes cadenas que lo ataban al tiempo.

El tiempo, ese insaciable copiloto de viaje.

Cuando la penumbra de la noche lo invadió todo y la luz de las estrellas comenzó a aparecer en la inmensidad del oscuro universo en el que estamos inmersos, me levante y regresé.

Nada había encontrado, otro día desaprovechado (quizás no lo fuese tanto).

Ahora, si me permitís, hablaré sin los pesados paréntesis y la letra cursiva.

Hablaré en mi presente primera persona ya que, llegado a este punto, no haré evocación a ningún hecho pasado, bien es verdad, resulta algo cargante en ocasiones.

Pues sí, aquí me encuentro, en el escritorio de mi casa, el último sitió donde se me ocurrió buscar.

Claro está que nada consigo encontrar.

La verdad es que nunca he sabido qué era lo que verdaderamente estaba buscando. Mentiría si dijese que ahora lo sé.

Pero, ¿qué importancia tiene eso? ¿Es necesario marcarse una meta para disfrutar la vida que poseemos, o solo basta con vivirla lo mejor que nos sea posible, dejando cierto campo a la improvisación y casualidad?

Para muchos, esa gran meta general es un arma contra la idea de la muerte, la idea del paso del tiempo, el recuerdo de que todo terminará siendo eso: recuerdos.

En verdad, gracias al paso del tiempo llegamos a ser lo que somos o seremos. Son nuestros recuerdos los que definirán un pasado que, aunque verdaderamente no sea nuestro, forma parte del significado como persona.

¿Y qué decir de la muerte? En realidad, lo penoso no es morir, sino no saber vivir.

Es cierto, a pesar de mi imperiosa búsqueda, no he encontrado nada.

Quizás no existiera ninguna búsqueda.

Es probable que me la haya inventado para, simplemente, contaros algunos pensamientos que me acechaban.

O quizás sí exista una búsqueda y haya algo que encontrar, algo que nos esté esperando en algún punto, cercano o lejano.

Eso deberá decidirlo usted.

sábado, 25 de febrero de 2012

EFECTO.

Y ahora, haciendo honor a la mezcla, publico un relato reciente en el que coloco algunos fragmentos que ya escribí en ciertas lineas presentes de este blog, atendiendo a la posibilidad de la pesadez.




EFECTO.


¿Qué es una historia? ¿Una realidad alternativa igual de creíble y fiable como nuestra propia vida o, en cambio, engañosa y capciosa inventada por una mente cuyo objetivo es embaucar?

La vida, esa curiosa y desconocida amiga, tan cercana y tan lejana al mismo tiempo. ¿No es ella, en cierto modo, también una invención? ¿Cómo sabemos que verdaderamente es cierto lo que sabemos? ¿Si lo que vemos, oímos o tocamos es indudablemente real y no una mera ilusión de nuestra mente?

Y toda historia solo permite un único principio y un único final irrefutables y perfectos, que no tienen razón de existir sin la historia a la que se encuentran inherentes.

El problema siempre ha sido, es y será encontrar un buen comienzo, pues el final siempre aparece de forma instintiva, esperando pacientemente al mejor momento, como si el objetivo de su existencia fuese pertenecer a una única historia.

Oculto.

Listo para ser utilizado.

De este modo comenzaré porque, aunque difícil, es necesario.

Qué curioso es el mundo ¿no? Hoy estás sentado cómodamente en una silla de tu casa, arropado por el calor familiar y tradicional y de repente abres los ojos y te encuentras sumido en la dura realidad de la vida, con sus caídas y desafueros que rompen la tranquilidad y seguridad.

¿Qué somos sino simples motas de polvo en el universo? Unas motas de polvo que tienen aires de grandeza: cómico.

Aun así, aquí estamos: ingenuos, débiles… Buscando el equilibrio en nuestras vidas, buscando componentes para poder formar nuestra propia felicidad.

Pero.

¿Existe la felicidad?

¿Es algo real y alcanzable o solo una invención surgida por la necesidad del ser humano de conseguir una situación de amplia estabilidad emocional casi inaccesible?

Imaginaria o no, todos la buscamos, corremos tras ella sin utilizar nuestra visión periférica, egoístamente.

Algunos gritan que la han encontrado mientras que otros viven sumergidos en un pesimismo continuo por no poder conseguirla.

Pero, ¿y si la felicidad reside en la falta de necesidad de buscarla?

¿Y si la felicidad reside en el reto que supone encontrarla? ¿Si fuéramos felices simplemente por el deseo que tuviésemos de serlo?

¿Quién sería más feliz, querido lector, la persona que busca la felicidad y está a punto de encontrarla o, por el contrario, el que no piensa en dicha felicidad como una meta alcanzable, solo vive su vida ajeno a ella y a su posibilidad?

Del mundo recuerdo sus montañas, lagos, los olmos, álamos, abetos y las melodías y leyendas que contaban junto con sus ramas al compás que marcaba el viento. Una melodía delicada y acogedora.

Constantemente me tumbaba bajo sus sombras, cerraba los ojos y solo escuchaba, sintiendo la suave brisa acariciarme con timidez. Eran en esos momentos en los que conseguía estar ajeno a cualquier preocupación, ajeno a las injusticias que cada día aumentaban y convertían el mundo en un yermo árido y rancio.

Ajeno a mi propia existencia.

Recuerdo el amanecer y el poniente. Sucesos impresionantes y hermosos a los que se les da muy poca importancia frente a la que verdaderamente se merecen. Quizás debido a la costumbre, a la experiencia.

Aun así, son los momentos más espléndidos del día: esos tonos anaranjados transformándose en delicados trazos de un rojo encarnado entre los últimos rayos del sol, que se torna de un potente escarlata áureo que perdiéndose poco a poco en el horizonte para dar lugar al oscuro negro azulado que caracteriza la noche.

Y ésta llegaba, acompañada por la luna y las estrellas con las que tanto hacemos comparaciones con las personas que queremos intentando quizás mostrarles lo maravillosas y transcendentales que son para nuestra vida.

Digno de poesía.

El amor, ese injusto y cruel sentimiento, implacable y sin ninguna contemplación. Pobre de aquel que lo siente sin ser correspondido.

Alguien dijo una vez que el amor es el sentimiento más cruel que existe pues no te deja vivir, pero tampoco te permite morir.

Quizás tenga razón.

Una historia solo puede tener un único final. Un final perfecto e irrefutable que no tiene razón de existir sin la historia a la que acompaña. Se encuentra inherente a ella.

¿Quién soy yo?

Soy el escritor de esta historia, el escritor de mi historia (o eso quiero pensar), pues todos decidimos cuál y cómo será la nuestra: nosotros colocamos sus comas, sus puntos y sus paréntesis, decidimos cuando una línea se termina y el final del párrafo que estuviésemos revisando.

Somos los escritores de nuestra vida. No existe un futuro previamente premeditado, solo existen las posibilidades que nosotros mismos creamos y que nos conducen a infinidad de caminos que podemos transformar.

Somos dueños de nuestra vida. Algo que se nos ha regalado sin previo aviso.

Disfrútela, querido lector, pues yo no puedo: solo soy unas palabras escritas.

Disfrútela, querido lector, también por mí si se acuerda: por esas líneas que leyó, por esas líneas que formaron a alguien que vivió durante el corto periodo de tiempo que perduró su lectura.

¿Quién soy yo?

En realidad solo soy una mera invención con aires de grandeza que dice que sea feliz, amigo lector, pues la felicidad reside en contentarse con nuestra propia y simple vida, sea como sea ésta: disfrutando tanto de las cosas grandes y hermosas como de las diminutas y sencillas.

En realidad, quizás solo sea un fragmento de un recuerdo.

Un recuerdo que ahora forma parte de sus recuerdos.

Un recuerdo que espera perdurar.

viernes, 24 de febrero de 2012

El mundo está loco.

Amigo, el mundo se vuelve loco. El desprecio por la vida humana y las desigualdades e injusticias reinan en el caos que está surgiendo del orden que “unos” decidieron denominar como tal. Las diferencias que todo ello acarrea (como siempre) perjudican a los menos favorecidos mejorando la situación de aquellos que el azar ha colocado en posiciones más elevadas y muchos, como simples marionetas cuyo único origen es la mano que mueve los hilos de sus vidas, siguen ciegamente al orden caótico creado y asentado en los pilares de la vida en sociedad de este nuestro mundo. De hecho, no es el mundo el que se vuelve loco, somos nosotros los que preferimos que esa locura sea del mundo y no de nuestro puño y letra. ¿Y qué decir sobre esa evolución que tanto protagoniza las palabras de elogio a la mente del ser humano? Sigue habiendo luchas y guerras, esas “soluciones evolutivas”, esas soluciones infantiles a las que se aluden por la simple evasión de un problema desembocando en un implacable deseo de ser superior a otros, cosechar un egocentrismo que acaba por segar vidas de esos considerados “menos importantes”: el bien colectivo supera al bien individual, en esa frase es donde se esconden.

¿Qué somos en realidad? ¿Qué somos sino ilusas y pequeñas motas de polvo en la gran habitación: el vasto universo? Unas motas de polvo con aires de grandeza.

domingo, 14 de agosto de 2011

Escrito de Marco Aurelio

Aunque debieras vivir tres mil años y otras tantas veces diez mil, no obstante
recuerda que nadie pierde otra vida que la que vive, ni vive otra que la que pierde. En
consecuencia, lo más largo y lo más corto confluyen en un mismo punto. El presente,
en efecto, es igual para todos, lo que se pierde es también igual, y lo que se separa es,
evidentemente, un simple instante. Luego ni el pasado ni el futuro se podría perder,
porque lo que no se tiene, ¿cómo nos lo podría arrebatar alguien? Ten siempre presente,
por tanto, esas dos cosas: una, que todo, desde siempre, se presenta de forma igual y
describe los mismos círculos, y nada importa que se contemple lo mismo durante cien
años, doscientos o un tiempo indefinido; la otra, que el que ha vivido más tiempo y
el que morirá más prematuramente, sufren idéntica pérdida. Porque sólo se nos puede
privar del presente, puesto que éste sólo posees, y lo que uno no posee, no lo puede
perder.
La perfección moral consiste en esto: en pasar cada día como si fuera el último, sin
convulsiones, sin entorpecimientos, sin hipocresías.

Marco Aurelio

jueves, 28 de julio de 2011

LA CURVATURA DEL UNIVERSO


Cuando las hojas de un árbol anciano se agitan al compás que marca el viento, allí me encuentro yo.

Cuando la vejez de una persona termina por fulminar las pocas horas de vida que le quedaban, allí me encuentro yo.

Cuando aparecen los primeros rayos del poniente, dejando prever el final del día, allí me encuentro yo.

Cuando la vida que hoy conocemos se extinga al igual que una hoja se ahoga por el calor del sol, ahí me encontraré yo, pues seré el propio sol que marchite la vida.

Soy el tiempo.

Puede parecer un tanto absurdo el hecho de estar aquí: contándoos mis vivencias cuando no recuerdo la mayoría de ellas. Dicen que todo se cura con el tiempo, pero en realidad no curo nada, solo provoco su olvido.

Creo, hago crecer, educo y finalizo todo. Algunos me odian y me temen, otros me aceptan y me abrazan como a una realidad.

Aún así, siempre me encuentro solo, todo desaparece a mi paso quedando únicamente su recuerdo, que termina por desaparecer también.

Me encadena un oscuro acantilado sin fondo en el que caigo continuamente dejando atrás todo lo relacionado con la vida, a la que va ocultando un cruel manto.

Ahora miro hacia abajo y solo encuentro penumbra. Miro hacia arriba, buscando quizás una grieta de luz que me muestre el exterior del acantilado, pero la misma penumbra lo invade todo.

Estoy atrapado en una caída continua, siempre hacia abajo. Destinado a olvidar. Y continuaré cayendo eternamente, pues yo mismo hago que exista lo eterno. Continuaré creando y finalizando todo, tanto lo vivo como lo inerte, provocando alegrías y penurias hasta que todo termine. Todo excepto yo.

Recuerdo la historia de un tejo.

Un tejo que vi finalmente sucumbir tras dos mil años de vida. Los tejos son árboles increíbles, cuando ya peligran, clavan sus ramas en la tierra transformándolas en raíces que le ayudan a sobrevivir. Es una de las razones por la que más me entristezco, pues mi tajante existencia también provoca su muerte.

Cada día me balanceaba entre sus hojas acompañado por la brisa del atardecer, entre los pequeños rayos del poniente que iban extinguiéndose, escuchando su melodía, escuchando sus conversaciones, escuchando sus pensamientos e ilusiones.

Fui pasando sobre él poco a poco, acariciándole cada instante hasta que un día empezó a marchitarse, sus ramas envejecieron y finalmente su vida acabó..

Sus restos ya han desaparecido. Me queda su recuerdo que algún día se cubrirá por la penumbra del acantilado en el que me encuentro.

Quedaré solo.

No os compadezcáis de mí, queridos amigos, pues, al fin y al cabo, sin mí no estaríais aquí, leyendo o escuchando mis cortas memorias.

Al final, el sol seguirá saliendo comenzando así un nuevo día, el viento seguirá recorriendo cada trozo de este vuestro mundo y la vida de cada uno seguirá su curso, con las tristezas y alegrías necesarias para enseñaros que, sea como sea ésta, merece ser vivida.

Y yo continuaré mi curso natural, ajeno a cualquier pensamiento, ajeno a cualquier existencia, ajeno a mis propios recuerdos y vivencias, dejando a un lado mis desconsuelos: es una necedad luchar contra la propia naturaleza.

Pero, ¿qué soy yo?

¿Algo inherente al universo y a la vida o una mera invención del ser humano que se ha transformado en necesidad?

Aún así aquí os hablo, abrazando mi existencia pues una invención es real mientras que las mentes que la alimentan sigan vivas.

Es irónico: seré yo el que acabe con esas mentes que me dan la vida.

FIN

viernes, 1 de julio de 2011

HABLA LA IMAGINACIÓN

Es incoherente convencerse de la veracidad de algo cuando es la falsedad quien domina.

Es absurdo creer en algo si, realmente, ese algo es una mera invención.

Es ilógico querer a alguien y confiar en el sentimiento mutuo cuando esto es solo una creación de la propia necesidad del individuo para aferrarse y sostener ese querer.

Pero todos los seres humanos son absurdos, incoherentes e ilógicos, todo ello vive inherente a su conducta.

Y es una necedad luchar contra la propia conducta natural.

Entonces, ¿son los seres humanos seres irracionales? No, lo curioso es que todos buscan la racionalidad de las cosas que les rodean, ya sea por curiosidad o temor a lo desconocido.

Y es esta búsqueda continua de la racionalidad en las cosas irracionales lo que hace sentir al ser humano seguro: envuelto de explicaciones, sin enigmas ni dudas.

Pero os diré algo, patéticos humanos: todo lo que os rodea es irracional, incluido vosotros mismos. Todo en lo que hayáis buscado la razón y explicado con ella se basa en una mera trampa, un velo que cubre la auténtica copia de la verdad.

Sí, he dicho copia.

¿Sabéis? La propia verdad es irracional y es esta verdad imposible de captar. Todos vosotros os basáis para definirla en simples perspectivas de dicha verdad, pero ninguna de ellas es la auténtica porque todas basan su existencia en la propia racionalidad y me utilizáis para dar vida a esa racionalidad debido a que ninguno de vosotros se sentiría protegido por una realidad falsa, una realidad que es mera copia de la auténtica. No estaríais seguros sabiendo que la propia realidad es imposible de conocer.

Solo veis lo que veis, no lo que verdaderamente existe.

De todos modos, hay algo positivo en la manera en la que me utilizáis.

Me refiero a las historias que os inventáis, muchas de ellas tan fantásticas y mágicas que me honran enormemente. Son en esos momentos en los que yo, la imaginación, tengo un gran papel.

Sí, soy algo orgullosa.

Uno de los trabajos que me atribuís es el de ser el mundo en el que muchos de vosotros os evadís. Algunos eligen un mar tranquilo, bañado por la luz de los rayos del poniente; otros, bosques exóticos llenos de criaturas magníficas e increíbles. Algunos, simplemente, se evaden en la creación de un amor imaginario con el que compartir la vida.

Es irónico: el ser humano ama la racionalidad, pero se evade en mundos que sobrepasan el límite de lo lógico, y así, ser feliz en ellos.

Hipócritas.

Al final, nunca podréis escapar por el sendero de la lógica, apartando el gran e ilógico camino de la vida. Un camino que, inevitablemente, desemboca en la muerte y quizás esa sea la razón por la que negáis lo ilógico: porque la muerte, algo inherente a la vida, es inexplicable.

Tenéis miedo.

Al pensarlo un poco, si descartáis la irracionalidad, me descartáis a mí.

Y ahora os haré una última pregunta que deberéis contestar vosotros: ¿llamaríais vida a la vida si la imaginación no existiese?

Sí, soy algo orgullosa.