sábado, 10 de marzo de 2012

EFIGIE

Y aquí, de nuevo, otro relato que he terminado hace poco. Que la lectura sea propicia.



EFIGIE


Me lo habían comentado hace ya algún tiempo, pero nunca imaginé que existiera la veracidad de la que tanto hablaban los ególatras.

Tampoco pensé en buscarlo, pues la búsqueda de algo inexistente tiene el mismo resultado: la inexistencia. Llamadme incrédulo, si lo deseáis.

Pero, después de esos años de “incredulidad” (sí, entre comillas lo escribo: no creo que fuese incrédulo, solo poco informado), la idea me había asaltado. La idea de la búsqueda.

Y es descabellado luchar contra la fuerza de una idea, más aún cuando, instalada imperturbable en tu mente, lucha por el dominio de los deseos.

Finalmente me dispuse a ello: buscar.

Buscar aquello de lo que me habían hablado tiempo atrás.

Buscar aquello cuya existencia había desechado.

Buscar aquello que (bueno, tampoco recuerdo exactamente quién fue la persona que me habló por vez primera de esta búsqueda, ni siquiera la que me la recordó esta última vez).

Comencé por algo grande, al fin y al cabo, buscaba una cosa que quizás también lo fuese.

De este modo empecé en otro país, tenía entendido que (no me preguntéis por qué) para elementos importantes e imponentes, cualidades que protagonizaban el físico del objetivo de mi búsqueda (o eso es lo que quería pensar, apunto) lugares igualmente grandiosos y lejanos (claro está, “lejanos” que nunca falte).

Fue inolvidable alargar mi perspectiva, situarla poco a poco en lugares nuevos, consiguiendo de este modo pulirlos dentro de mis remembranzas formando un pasado que ya poco me define.

Pues es la carga que viene inherente a nuestro pasado, una vez ensillado el caballo del tiempo, se aleja cabalgando en las praderas de nuestros recuerdos. Alude a que lo único nuestro, lo único que verdaderamente poseemos, es nuestro propio presente.

Un presente que deja de serlo en cada instante.

La decepción inundó mi discernimiento cuando, a pesar de mis viajes y excursiones en algunos de los lugares más extraordinarios del mundo, no encontré lo que buscaba.

Es curioso cómo el simple incumplimiento de un deseo que nos definía una meta puede causar tanto malestar.

De este modo somos los seres humanos: tendemos a aferrarnos a unos pilares que levantamos sobre una base inestable, pensando que con la simple creencia de la fuerza de esta estructura, la fragilidad que la caracteriza desaparecerá.

Absurdo.

Después de todo ello, decidí continuar mis viajes en lugares más cercanos y no tan grandiosos (algo un tanto criticable, pues había infinidad de lugares “grandiosos y lejanos” a los que no había ido, dicho esto, os ruego no me preguntéis de nuevo el porqué de esta elección).

Así continué, con la esperanza a rebosar (nublándome el camino de la realidad, debo añadir).

Convencido, me dirigí hacia unas montañas cercanas a mi hogar, habían llegado a mis oídos rumores de buscadores que allí pasaban sus largas horas de desconsuelo.

Recorriendo los bosques de las laderas, disfrutando de un ambiente otoñal soleado, buscando algo que se escabullía entres los pilares de mi (frágil) estructura.

Durante un instante, olvidándome de todo lo que a ese lugar me ataba, sentado en una roca rodeado de ancianas encinas de las que se separaban pequeñas hojas que el viento depositaba lentamente sobre el húmedo suelo, me detuve un instante a contemplar con todo su esplendor un día que, recostado sobre los últimos rayos de un sol ya casi desvanecido, se alejaba arrastrado por las fuertes cadenas que lo ataban al tiempo.

El tiempo, ese insaciable copiloto de viaje.

Cuando la penumbra de la noche lo invadió todo y la luz de las estrellas comenzó a aparecer en la inmensidad del oscuro universo en el que estamos inmersos, me levante y regresé.

Nada había encontrado, otro día desaprovechado (quizás no lo fuese tanto).

Ahora, si me permitís, hablaré sin los pesados paréntesis y la letra cursiva.

Hablaré en mi presente primera persona ya que, llegado a este punto, no haré evocación a ningún hecho pasado, bien es verdad, resulta algo cargante en ocasiones.

Pues sí, aquí me encuentro, en el escritorio de mi casa, el último sitió donde se me ocurrió buscar.

Claro está que nada consigo encontrar.

La verdad es que nunca he sabido qué era lo que verdaderamente estaba buscando. Mentiría si dijese que ahora lo sé.

Pero, ¿qué importancia tiene eso? ¿Es necesario marcarse una meta para disfrutar la vida que poseemos, o solo basta con vivirla lo mejor que nos sea posible, dejando cierto campo a la improvisación y casualidad?

Para muchos, esa gran meta general es un arma contra la idea de la muerte, la idea del paso del tiempo, el recuerdo de que todo terminará siendo eso: recuerdos.

En verdad, gracias al paso del tiempo llegamos a ser lo que somos o seremos. Son nuestros recuerdos los que definirán un pasado que, aunque verdaderamente no sea nuestro, forma parte del significado como persona.

¿Y qué decir de la muerte? En realidad, lo penoso no es morir, sino no saber vivir.

Es cierto, a pesar de mi imperiosa búsqueda, no he encontrado nada.

Quizás no existiera ninguna búsqueda.

Es probable que me la haya inventado para, simplemente, contaros algunos pensamientos que me acechaban.

O quizás sí exista una búsqueda y haya algo que encontrar, algo que nos esté esperando en algún punto, cercano o lejano.

Eso deberá decidirlo usted.