CAPÍTULO 1: Cuatro y un misterio
En una ocasión, conocí a tres filósofos.
Dos de ellos, los más jóvenes y algo extrovertidos, afirmaban que entre los tres tenían la respuesta a cualquier pregunta que les formulasen, tardaran o no, darían con la solución a toda cuestión.
El tercero de ellos, una persona reservada y con una mirada cansada que denotaba la sabiduría propia de una sensible vejez avanzada, permanecía en silencio.
Me recordó a un anciano que conocí hace ya el suficientemente tiempo para que los rasgos (que se me antojan vetustos) de su rostro hayan desaparecido de mi memoria, en medio de la estabilidad borrosa propia de la niebla que acaricia árboles milenarios.
Me propuso el reto de encontrar la respuesta a la pregunta “¿Qué es el pensamiento?”. Yo, decidido, cada vez que me lo encontraba en medio de caminos que llenaban con su paso el contorno de la existencia misma, le contestaba con varias respuestas a su pregunta.
Él me miraba con una dulzura adornada en trazos burlones y comprensivos, sonreía y me respondía con una única pregunta: “¿Qué es el pensamiento?”. No decía nada más, todos los días, después de las respuestas que le proporcionaba, con la misma mirada, me volvía a preguntar “¿Qué es el pensamiento?”, y seguía caminando.
Una tarde, refunfuñando por la única respuesta que producía mi respuesta, le miré frunciendo el ceño y le dije: “No lo sé, dígamelo usted”.
“Piensa” me respondió “Piensa, ¿qué es el pensamiento?”
“No lo sé, no consigo encontrarlo”
Me miró, una fina sonrisa se dibujó en su comisura y, antes de seguir su camino andando, me preguntó “¿Qué es el pensamiento?”.
Durante tres días de respuestas que producían la misma reacción, llegó el momento de la vuelta al hogar. No volví a verlo y tampoco pude despedirme.
Ni responderle.
He buscado la solución de este enigma durante mucho tiempo, mi curiosidad cada vez aumenta más y, al fin y al cabo, la curiosidad es algo (creo yo) inherente a la mente humana.
Así es que, dudándolo durante un corto periodo de tiempo (más corto de lo que me gustaría admitir, la verdad), me dispuse a proponer el misterio: “¿Qué es el pensamiento?”, pregunté.
CAPÍTULO 2: Un misterio.
Mi pregunta
fue recibida con un silencio. Pude captar alguna que otra mirada de
incredulidad, la verdad.
Después de
algún instante, los tres filósofos (más bien dos, pues el tercero permaneció
igual de invariable y sereno: discreto y cauto, sin proporcionar signos a dar a
conocer cualquier opinión sobre algún tema) acordaron responderme al cabo de
dos días, en el mismo lugar y a la misma hora de nuestro actual y azaroso
encuentro.
El
pensamiento.
¿Qué es el
pensamiento?
A pesar de
que he llegado a estar muy cansado de escuchar ese interrogante, en estos momentos soy yo quien la pregunta
muy a menudo: es irónico.
Irónica y
aun sigo sin hallar una respuesta plausible, razonable y lógica. ¿Será la
propia pregunta la respuesta que anhelo?
Sea como
fuere, supongo que dentro de dos días, si aquellos filósofos son la mitad de lo
que dicen ser, escucharé al fin el dictamen que juguetea escondiéndose de mi
discernimiento.
En realidad, un misterio hace la vida algo más
sugestiva, atrayente en lo que respecta a la curiosidad estricta.
CAPÍTULO 3: Respuestas.
Los primeros
y jóvenes rayos de sol de la mañana ya acariciaban el ambiente cuando llegué al
lugar de la reunión concertada. Estaba ansioso, después de buscar la respuesta
a semejante enigma, el lograr hallarla era un acontecimiento emocionante.
En torno a
veinte minutos después aparecieron los tres personajes; dos de ellos igual de
extrovertidos y un tercero con el andar pausado y meditativo.
Los tres se
sentaron donde me los había encontrado dos días antes y comenzaron las
resoluciones:
El primero
de ellos era el que parecía más científico y empirista y así fue su respuesta.
"El pensamiento", dijo, "es una serie de procesos físicos y
químicos en el cerebro que provocan unas reacciones".
Totalmente
cierto, la verdad. ¿Esa era la respuesta o me iban a dar una cada uno, cada una
igualmente verdadera que esta primera?
Miré al
segundo y en efecto, estaba preparado para darme otra definición. A diferencia
del primero, a este personaje lo veía algo más despreocupado, con una expresión
de tranquilidad. Después de una corta mirada me habló: "El
pensamiento", empezó, "es la capacidad del ser humano en razonar,
encontrar respuestas y preguntas lógicas que formular, recordar hechos pasados,
mantener hechos presentes e imaginar futuros y posibilidades. Crear variaciones
y elaborar creencias, sean falsas o ciertas".
Indiscutible
era esta definición. Ambas lo eran
Para
finalizar, miré al más anciano de ellos. Éste, con su mirada cansada hizo lo
mismo y comenzó a hablar: "Vaya, parece que ahora es mi turno, aunque
ahora me es complicado dar una respuesta", su voz era grave y pausada,
pero envolvía la situación con sus potentes cadencias. "Después de estas
dos explicaciones que mis queridos amigos te han dado, solo me queda
responderte con una única frase".
Los tres
personajes se levantaron y se dispusieron a abandonar el lugar. Yo, petrificado
y al ver que empezaban a alejarse reaccioné: "¡Disculpe, señor! Aun no me
ha respondido"
El anciano, antes de seguir su camino con sus dos
acompañantes, se giró, me miró, sonrió y pronunció: "¿Qué es el pensamiento?".