sábado, 25 de febrero de 2012

EFECTO.

Y ahora, haciendo honor a la mezcla, publico un relato reciente en el que coloco algunos fragmentos que ya escribí en ciertas lineas presentes de este blog, atendiendo a la posibilidad de la pesadez.




EFECTO.


¿Qué es una historia? ¿Una realidad alternativa igual de creíble y fiable como nuestra propia vida o, en cambio, engañosa y capciosa inventada por una mente cuyo objetivo es embaucar?

La vida, esa curiosa y desconocida amiga, tan cercana y tan lejana al mismo tiempo. ¿No es ella, en cierto modo, también una invención? ¿Cómo sabemos que verdaderamente es cierto lo que sabemos? ¿Si lo que vemos, oímos o tocamos es indudablemente real y no una mera ilusión de nuestra mente?

Y toda historia solo permite un único principio y un único final irrefutables y perfectos, que no tienen razón de existir sin la historia a la que se encuentran inherentes.

El problema siempre ha sido, es y será encontrar un buen comienzo, pues el final siempre aparece de forma instintiva, esperando pacientemente al mejor momento, como si el objetivo de su existencia fuese pertenecer a una única historia.

Oculto.

Listo para ser utilizado.

De este modo comenzaré porque, aunque difícil, es necesario.

Qué curioso es el mundo ¿no? Hoy estás sentado cómodamente en una silla de tu casa, arropado por el calor familiar y tradicional y de repente abres los ojos y te encuentras sumido en la dura realidad de la vida, con sus caídas y desafueros que rompen la tranquilidad y seguridad.

¿Qué somos sino simples motas de polvo en el universo? Unas motas de polvo que tienen aires de grandeza: cómico.

Aun así, aquí estamos: ingenuos, débiles… Buscando el equilibrio en nuestras vidas, buscando componentes para poder formar nuestra propia felicidad.

Pero.

¿Existe la felicidad?

¿Es algo real y alcanzable o solo una invención surgida por la necesidad del ser humano de conseguir una situación de amplia estabilidad emocional casi inaccesible?

Imaginaria o no, todos la buscamos, corremos tras ella sin utilizar nuestra visión periférica, egoístamente.

Algunos gritan que la han encontrado mientras que otros viven sumergidos en un pesimismo continuo por no poder conseguirla.

Pero, ¿y si la felicidad reside en la falta de necesidad de buscarla?

¿Y si la felicidad reside en el reto que supone encontrarla? ¿Si fuéramos felices simplemente por el deseo que tuviésemos de serlo?

¿Quién sería más feliz, querido lector, la persona que busca la felicidad y está a punto de encontrarla o, por el contrario, el que no piensa en dicha felicidad como una meta alcanzable, solo vive su vida ajeno a ella y a su posibilidad?

Del mundo recuerdo sus montañas, lagos, los olmos, álamos, abetos y las melodías y leyendas que contaban junto con sus ramas al compás que marcaba el viento. Una melodía delicada y acogedora.

Constantemente me tumbaba bajo sus sombras, cerraba los ojos y solo escuchaba, sintiendo la suave brisa acariciarme con timidez. Eran en esos momentos en los que conseguía estar ajeno a cualquier preocupación, ajeno a las injusticias que cada día aumentaban y convertían el mundo en un yermo árido y rancio.

Ajeno a mi propia existencia.

Recuerdo el amanecer y el poniente. Sucesos impresionantes y hermosos a los que se les da muy poca importancia frente a la que verdaderamente se merecen. Quizás debido a la costumbre, a la experiencia.

Aun así, son los momentos más espléndidos del día: esos tonos anaranjados transformándose en delicados trazos de un rojo encarnado entre los últimos rayos del sol, que se torna de un potente escarlata áureo que perdiéndose poco a poco en el horizonte para dar lugar al oscuro negro azulado que caracteriza la noche.

Y ésta llegaba, acompañada por la luna y las estrellas con las que tanto hacemos comparaciones con las personas que queremos intentando quizás mostrarles lo maravillosas y transcendentales que son para nuestra vida.

Digno de poesía.

El amor, ese injusto y cruel sentimiento, implacable y sin ninguna contemplación. Pobre de aquel que lo siente sin ser correspondido.

Alguien dijo una vez que el amor es el sentimiento más cruel que existe pues no te deja vivir, pero tampoco te permite morir.

Quizás tenga razón.

Una historia solo puede tener un único final. Un final perfecto e irrefutable que no tiene razón de existir sin la historia a la que acompaña. Se encuentra inherente a ella.

¿Quién soy yo?

Soy el escritor de esta historia, el escritor de mi historia (o eso quiero pensar), pues todos decidimos cuál y cómo será la nuestra: nosotros colocamos sus comas, sus puntos y sus paréntesis, decidimos cuando una línea se termina y el final del párrafo que estuviésemos revisando.

Somos los escritores de nuestra vida. No existe un futuro previamente premeditado, solo existen las posibilidades que nosotros mismos creamos y que nos conducen a infinidad de caminos que podemos transformar.

Somos dueños de nuestra vida. Algo que se nos ha regalado sin previo aviso.

Disfrútela, querido lector, pues yo no puedo: solo soy unas palabras escritas.

Disfrútela, querido lector, también por mí si se acuerda: por esas líneas que leyó, por esas líneas que formaron a alguien que vivió durante el corto periodo de tiempo que perduró su lectura.

¿Quién soy yo?

En realidad solo soy una mera invención con aires de grandeza que dice que sea feliz, amigo lector, pues la felicidad reside en contentarse con nuestra propia y simple vida, sea como sea ésta: disfrutando tanto de las cosas grandes y hermosas como de las diminutas y sencillas.

En realidad, quizás solo sea un fragmento de un recuerdo.

Un recuerdo que ahora forma parte de sus recuerdos.

Un recuerdo que espera perdurar.

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